LA LLAMA DE LA ANTIGÜEDAD
Almudena Guzmán
Reseña aparecida en “ABCD Las Artes
y las Letras”,
diario ABC (27 de septiembre 2008)
La poesía de Osip Mandelshtam no es fácil ni tampoco la prosa
poética de El sello egipcio que acaba de editar Maldoror, lo que
no quiere decir que sean hermé ticas: todo gran poeta tiene
unas claves muy definidas, y una vez que accedemos
a las de Mandelshtam
con una lectura atenta se abre ante nosotros un universo
cautivador donde las coordenadas temporales, locales
y espaciales pierden sus límites
y cobran una fascinante unidad. Así, en El sello egipcio, escrito entre 1927 y 1928, Mandelshtam evoca la
Revolución de Febrero -la obra se desarrolla en el verano de 1917-
recreando dos tradiciones: la del hombre anónimo
y ninguneado, tan presente en la novela rusa del XIX,
y la que remite a una concepción helénica del mundo,
la cultura y la creación artística que constituye el pilar fundamental de su obra.
Como el funcionario de El abrigo, de Gógol, y el también funcionario de
El doble, de Dostoievski, el protagonista de El sello egipcio, Parnok, es
un hombre gris despreciado y rechazado por los demás: «Hay personas que no le gustan a la multitud;
ésta las reconoce
en el acto,se vuelve mordaz con ellas y les da papirotazos
en la nariz. Parnok era de
ésos»(p. 31).
EL HOMBRE GRIS.
No en vano, Parnok tiene que soportar que
un pretencioso capitán no sólo se quede con su abrigo sino también
con su dama, al igual que tuvo que padecer de niño que sus compañeros
de colegio
le llamaran «sello egipcio», un mote que,
como muy
necesariamente se explica en la nota final de la edición de esta novela,
alude a la emisión de una serie de sellos egipcios en los que desvanecían
las imágenes cuando se despegaban
al vapor y que simboliza la falta de
entidad, de consistencia,
de la personalidad y de la vida de Parnok; de hecho,
una de las reflexiones del propio Mandelshtam que se intercalan
en esta obra,
es la siguiente: «!Dios mío! ¡No me hagas semejante a
Parnok! ¡Dame fuerzas para sentirme distinto de él! Pues yo también
formaba parte de aquella cola penosa que se arrastraba hacia la ocre ventanilla
de la caja del teatro» (p. 40).
Si bien en un principio, como tantos intelectuales y artistas
de
su país, Mandelshtam tuvo fe en la Revolución Rusa, muy pronto se
desencantó de ella. Como hemos dicho antes, escribió
El sello egipcio entre 1927 y 1928, siete años antes de que creara
su corrosivo poema contra Stalin que le llevaría
finalmente
a la muerte en un campo de trabajo siberiano, pero ya por aquel
entonces era muy consciente de que la Revolución Rusa, en su afán
de destruir el pasado y construir un hombre nuevo y una sociedad nueva estaba
cortando los lazos que unían a Rusia con la tradición europea
y su legado grecorromano.
PARALELISMO.
Ante este desarraigo cultural,
Mandelshtam se defiende
con el escudo del mundo clásico y establece un
paralelismo entre
el San Petersburgo revolucionario y la Roma de Nerón
cuando Parnok presencia horrorizado cómo la muchedumbre arroja
a un
hombre al río Fontanka: «Petersburgo se declaró Nerón
y se convirtió en algo tan abyecto como si engullese un brebaje
de
moscas aplastadas» (p. 33). Asimismo, expresa el caos
del gobierno
provisional de Kerenski, incapaz de contener
la violencia de la masa
revolucionaria bolchevique, con esta irónica asociación: «Parnok
telefoneó desde la farmacia, llamó a la policía, llamó
al gobierno (...) Con el mismo resultado podría haber llamado a
Proserpina o a Perséfone, donde el teléfono aún no ha sido
instalado» (p. 33). Y también, volviendo al símil, de las
ciudades, tiende un puente hacia Europa identificando el San Petersburgo
de
1917 con el París de la Revolución Francesa a través de
uno
de sus protagonistas más implacables: «Dibujo a Marat en
calzas.
Y vencejos» (p. 41).
«Una rodaja de limón es como un billete para Sicilia,
hacia las rosas voluptuosas, donde aquellos que enceran los suelos se mueven
como en una danza egipcia. El ascensor no funciona. Los mencheviques encargados
de la defensa entran en todas
las casas para organizar la guardia nocturna»
(p. 36). El contraste entre la belleza y la riqueza de la tradición
clásica y la tosca
y violenta realidad de la Revolución Rusa es una de las
constantes de esta valiosa novela de Mandelshtam, un poeta que mantuvo
encendida la llama de la Antigüedad a pesar de los vientos destructores
que la amenazaban.
