Las Cucarachas
Ocurrió durante los días cenicientos que sucedieron a la ocelada época genial de mi padre. Aquellas fueron largas semanas de depresión, semanas plomizas, sin domingos ni fiestas, bajo un cielo cerrado y en un paisaje empobrecido. Por entonces, mi padre ya no estaba. Las habitaciones de la parte alta, después de la limpieza de las mismas, le fueron alquiladas a una telefonista. De toda la tribu de pájaros sólo quedaba allí un único ejemplar, un cóndor disecado que permanecía sobre una repisa del salón. Estaba allí, en la penumbra fresca de los cortinajes corridos, y, se mantenía, como cuando estaba vivo, sobre una pata, en una postura de monje budista, con su rostro de asceta amargo y seco, coagulado en una expresión de abnegada y última indiferencia. Ya había perdido sus ojos, y de las cuencas vacías por las que había vertido tantas lágrimas, ahora caía el serrín. Únicamente la egipciaca protuberancia sobre su potente pico desnudo, y unas excrecencias de un añil desvaído sobre su cuello pelado, le conferían a su senil cabeza una cierta dignidad hierática. |