Peregrinaciones de un escéptico
He aquí las deambulaciones y errancias de un escéptico a través de los escombros de la cultura, que recorre un interminable laberinto de cascotes y polvo. Por todas partes el viajero no encuentra más que ruinas, socavadas en todos los sentidos por el escalpelo incansable del pensamiento humano. Mantiene contra el suelo, precavidamente, su bastón de paseante, y se detiene apoyándose en él, después rebusca con melancolía entre los escombros: problemas sobre problemas, fragmentos, esquirlas, despojos de problemas. Aquí una cabeza arrancada lanza su mirada oblicua, allá una pierna rota sale de entre los escombros del suelo y cojea sola entre el montón de despojos. Esos restos mutilados vibran todavía con un débil movimiento de vida, y, aproximándose unos a otros, se unen, aún se mueven. Al viajero le gusta reconstituirlos, reconstruirlos, pero la cabeza no siempre va a encontrar el torso que le conviene. Así nacen los monstruos, y él se divierte y rie por lo bajo cuando las extrañas criaturas se disputan las cabezas cambiadas. Se frota las manos con placer cuando consigue provocar un caos general, un carnaval de malentendidos, una Babel de ideas disparatadas. Se regocija haciendo de árbitro de las disputas entre esos fantasmas problemáticos, y los juzga, pero aviesamente, con mala fe, y con la sola intención de llevar todo el asunto al punto más alto del absurdo. Es de suponer que reivindica esos restos mutilados en nombre de una idea, pero –¡ay!– cuídese la elegida. A ésta acabará estrángulándola entre la acumulación del contenido reivindicado. |